Antonio Machado en Baeza (1912-1919):
Del extrañamiento al entrañamiento
Pedro Cerezo Galán
A Baeza llegó Antonio Machado a últimos de octubre de 1912, herido
en el alma por la pérdida de Leonor ‒la esposa niña‒ y huyendo de Soria, donde
tuvo hogar con ella por breve tiempo y adonde le había alcanzado el trágico
destino de su muerte. Creía poder restaurar su vida al contacto de su tierra
andaluza, pero su corazón seguía varado de nostalgia en las tierras altas del
Duero. De esta profunda paradoja nacieron sus poemas del retorno. La primera
impresión de su vuelta a Andalucía fue de extrañeza en su propia tierra. En el
poema “Recuerdos”, fechado en abril de 1912, se muestra el contraste entre el
valle florido del Guadalquivir, por donde entra el viajero, y la dura y fría meseta
castellana, dos paisajes superpuestos, el exterior y el íntimo, el que ven los
ojos del poeta y el que lleva en el alma, y éste acaba borrando al otro, trocando
así el saludo riente de llegada, que le da su tierra natal, en una doliente
despedida:
¡Adiós, tierra de Soria!
[…]
En la desesperanza y en la melancolía
de tu recuerdo, Soria, mi corazón se abreva.
Tierra de alma, toda, hacia la tierra mía
por los floridos valles, mi corazón te lleva.
(CXVI).
El tema se repite
en otro poema, éste fechado en Lora del Río, en la primavera de 1913, que se
abre con una queja de desterrado:
En estos campos de la
tierra mía,
y extranjero en los campos de mi tierra,
‒yo tuve patria donde corre el Duero
por entre grises peñas... (CXXV)
El contraste no
es sólo de paisajes, sino fundamentalmente de disposiciones afectivas profundas
entre la memoria viva de Soria y las viejas estampas de su infancia andaluza,
evocadas ahora por el viajero, pero no más que “despojos del recuerdo”, porque le
“falta el hilo” que los “anuda al corazón” (CXXV). Y cuando visitó Sevilla, su
patria chica, en esa misma excursión de 1913, su alma seguía ensimismada y
prendida en la tierra de ella, donde está su tumba:
De aquel trozo de
España, alto y roquero,
hoy traigo a ti, Guadalquivir florido,
una mata del áspero romero.
Mi corazón está donde ha nacido,
no a la vida, al amor: cerca del Duero,
¡El muro blanco y el ciprés erguido! (C,21-22).[1]
Quiero subrayar
este estado de alma de Machado, entre sonámbulo y ausente, para comprender
algunos textos de sus impresiones de Baeza. La primera, al mes de haber
llegado, la registró objetivamente en carta a José María Palacio:
Esta tierra es casi analfabeta. Soria es
Atenas comparada con esta ciudad donde ni
aun periódicos se lee. Aparte de esto, que es suficiente y aun sobrado, la
gente es buena, hospitalaria y amable.
(PD,319).[2]
Luego vendrán las
confidencias en carta a Miguel de Unamuno en 1914, en que le confesaba sentirse
“resignado” en este “plobachón moruno sin esperanzas de salir de él” (PD,368),
y, en otra, al año siguiente, a Juan Ramón Jiménez, se quejaba : “Llevo ochos
años de destierro y ya me pesa esta vida provinciana, en que acaba uno por
devorarse a sí mismo” (PD,383). Esta última carta está escrita en
Si la
felicidad es algo posible y real, ‒lo que a veces pienso‒ yo la identizo mentalmente
con los años de mi vida en Soria y con el amor de mi mujer a quien, como V.
sabe, no me he resignado a perder, pues su recuerdo constituye el fondo más
sólido de mi espíritu (PD,432).
1.- La crisis
espiritual.
Este paraíso perdido y sumergido lo llevaba el poeta latiendo en
el alma como una espina. No es extraño que de ella surja, contenida, una lírica
elegíaca en el breve pero intenso ciclo poético de Leonor, cuya imagen era la
compañía habitual del poeta solitario en sus paseo por la muralla, viendo el
campo de Baeza a la luz sombría del amor perdido:
De la ciudad moruna
tras las murallas viejas,
yo contemplo la tarde silenciosa
a solas con mi sombra y con mi pena…
El poeta seguía
describiendo minuciosamente el panorama que se desplegaba ante sus ojos, al
atardecer, desde su mirador sobre el valle del Guadalquivir, y bastaba,
súbitamente, una punzada del corazón, como un latido de conciencia, para que se
inundara todo el paisaje en una onda vibración melancólica:
Caminos de los campos…
¡Ay, ya no puedo caminar con ella! (CXVIII)
Y en otro
momento, después de soñarla caminando de su mano hacia “el Moncayo azul y
blanco”, se descubría a sí mismo, de vueltas de su ensueño, a solas con su
propio fantasma.
Por estos campos de la
tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo. (CXXVII)
Pero la muerte de
Leonor no tiene sólo esta versión lírica, sino otra sapiencial, fundiendo al
poeta y al meditador en un mismo acorde. Creo no engañarme al afirmar que la
estancia del poeta en Baeza, sólo siete años, por muy largos que se le
antojasen, fue una época en su vida de honda crisis de conciencia, pero también
de íntimo renacimiento. En el retiro de la ciudad entre moruna y manchega, se
operó en él una honda transmutación espiritual. Leyendo “Poema de un día”,
donde describe el ritmo monótono y aburrido de su vida cotidiana en la ciudad,
entre sus clases, el cuarto de estudio y la tertulia en la rebotica de Almazán,
‒“¡Oh,estos pueblos!. Reflexiones/ lecturas y acotaciones/ pronto dan en lo que
son:/ bostezos de Salomón” (CXXVIII)‒ apenas puede uno imaginarse el otro ritmo
intenso y desgarrado de su alma, si no fuera por alguna anotación íntima, como
en el poema “Otro viaje”, de nuevo con el doloroso contraste entre viajar a
solas y el viajar con ella:
¡Y alegría
de un viajar en compañía!
¡Y la unión
que ha roto la muerte un día!
¡Mano fría
que aprietas mi corazón!
……
Soledad,
sequedad.
Tan
pobre me voy quedando,
que ya ni siquiera estoy
conmigo, ni sé si voy
conmigo a solas viajando. (CXXVII)
Este era su estado de ánimo, irresignado y
depresivo, hasta el punto de sentirse tentado, según escribe a Juan Ramón
Jiménez, por el suicidio. En Baeza vivió Machado una aguda crisis, que fue
fundamentalmente como propia de un poeta, crisis de la palabra. La conocemos
por diversas confesiones íntimas, dispersas y repetidas, como una obsesión. La
más directa en el poema “A Xavier Valcarce”:
No sé, Valcarce, mas
cantar no puedo,
se ha dormido la voz en mi garganta,
y tiene el corazón un salmo quedo.
Ya sólo reza el corazón, no canta. (CXLI)
Y oración es, aun
cuando rebelde y desesperada, el poema en que
recoge su lamento más elegíaco:
Señor, ya me arrancaste
lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.
(CXIX)
Y en 1913 le
enviaba a Unamuno un poemita con variantes sobre el mismo tema, reflejo de su crisis espiritual:
Señor, me cansa la vida
y el universo me ahoga.
Señor, me dejaste solo,
Solo, con el mar a solas.
(OPP,821).[3]
La crisis asoma en otros apuntes y cantares de esta época:
Si hablo, suena
mi
propia voz como un eco,
y está mi canto tan hueco
que ya ni espanta mi pena.
(OPP,821)
y en diversos pasajes de su
correspondencia, reiterativos y obsesivos. Al amigo poeta Juan Ramón Jiménez,
le escribía: “Yo trabajo lo que puedo, repuesto por voluntad desesperada de una
honda crisis que me llevaba al aniquilamiento” (PD,328). Lo mismo y casi en los
mismos términos confesaba a Ortega y Gasset, pero añadiendo: “La muerte de mi
mujer me dejó desgarrado y tan abatido que toda mi obra, apenas esbozada en Campos
de Castilla, quedó truncada” (PD,332). Algunos intérpretes han querido ver
en la crisis de la palabra poética el influjo nocivo de su dedicación a la
filosofía, lo que es, a mi juicio, puro dislate, pues la filosofía o, si se
prefiere, la meditación existencial era una cuerda resonante en la poesía
cavilosa e inquisitiva del poeta de Soledades. Sin esta grave cuerda de
la perplejidad, sonando de fondo, la lírica de Machado no sería la misma. Bastaba
con haber leído con atención el poema “A Valcarce” para caer en la cuenta de que
el poeta aludía a dos acontecimientos, que no asociaba explícitamente, porque
en la lírica se omite todo lo superfluo:
Mas hoy… ¿será porque el
enigma grave
me tentó en la desierta galería,
y abrí con una diminuta llave
el ventanal del fondo que da a la mar
sombría?.
¿Será porque se ha ido
quien asentó mis pasos en la tierra,
y, en este nuevo ejido
sin rubia mies, la soledad me aterra? (CXLI).
Me parece
evidente que el “enigma grave”, que no es otro que el sentido o sinsentido del
mundo, está en conexión con la pérdida de Leonor, cuya muerte ha sido la
diminuta llave o el breve “hilo” cortado entre ambos (CXXIII), que le ha
abierto el ventanal de fondo sobre la mar sombría, símbolo de la nada. “Mas, si
vamos/ a la mar,/ lo mismo nos han de dar”(CXXVIII) ‒confesaba en “Poema de un
día”. Y en carta a Unamuno se explayaba sin reservas: “¿Qué es lo terrible de
la muerte? ¿Morir o seguir viviendo como hasta aquí, sin ver? Si no nos nacen
otros ojos cuando éstos se nos cierren, que éstos se los lleve el diablo, poco
importa”(PD, 392). Era natural que esta experiencia del sinsentido conmoviera su
fe en la palabra, que quedó como en suspenso (“Se ha dormido la voz en mi
garganta”). Se diría que la sombra del nadismo, que crece por Europa desde el
final del siglo, se ha alojado en el corazón del poeta. Hay registros nihilistas
en Soledades, pero es ahora, en Baeza, tras la muerte de Leonor, cuando
la experiencia del mundo en hueco o en vano se le hace obsesiva, hasta alcanzar
un éxtasis poético del vacío:
Han cegado mis ojos las
cenizas
del fuego heraclitano.
El mundo es un momento,
transparente, vacío, ciego, alado. (CLVI,
7)
Es posible que esta visión nadista asaltara a Machado en sueños o
en vigilia, como una obsesión. En el poema “Recuerdos de sueño, fiebre y
duermevela”, escrito en Baeza y recogido también en una versión en prosa titulado “Fragmento de pesadilla”, hay una
visión alucinante del absurdo:
¡Tan-tan!.¿Quién llama, dí?
-Se ahorca a
un inocente
en esta
casa?
-Aquí
se ahorca, simplemente. (CLXXII).
Crisis también de
identidad personal, por no acertar a distinguir el rostro auténtico de la
careta de carnaval, (CXXXVI, 489), por sospechar si el arte no es más que una bufonada
y sentirse burlado por “el demonio” de sus sueños:
Yo no sé por qué razón,
de mi tragedia, bufón,
te ríes… Mas tú eres vivo
por tu danzar sin motivo. (CXXXVIII)
De esta aguda crisis
le vino a salvar, paradójicamente, la conciencia ética de que su palabra era
una voz debida a los otros, a la que no podía renunciar. Como se sinceraba a
Juan Ramón Jiménez en carta de abril de 1913:
Cuando perdí a mi mujer pensé pegarme un tiro. El éxito de mi libro me
salvó, y no por vanidad ¡bien lo sabe Dios! sino porque pensé que si había en mí
una fuerza útil no tenía derecho a aniquilarla. Hoy quiero trabajar,
humildemente, es cierto, pero con eficacia, con verdad, hay que defender a
Era, pues, de
esperar que de esta crisis surgiera renacida una palabra de más honda gravedad
existencial y de un tono lírico, menos ensimismado y más sapiencial, popular y
comunitario.
2.- La llamada
de la filosofía.
Por otra parte, el apremio de la crisis le llevó a la filosofía, buscando
en ella aclaración en su perplejidad, o tal vez, como Boecio, consuelo en su
desdicha. La filosofía era una secreta vocación del poeta, según confiesa a
Juan Ramón Jiménez:
Ahora me
dedico a leer obras de Metafísica. Ésta ha sido siempre mi pasión y mi
vocación, aunque por desgracia no he logrado salir del limbo de la sensualidad.
De todos modos, la poesía como profesión es cosa desagradable. (PD,336).
Machado no
concebía al poeta de oficio, dedicado a la poesía profesionalmente, sino por
redundancia de otras inquietudes, ocupaciones y preocupaciones, ‒filosóficas,
religiosas, políticas... Ahora, en la soledad de Baeza, le consolaba tener ocio
suficiente para leer literatura y filosofía. “He vuelto a mis lecturas
filosóficas, únicas en verdad que me apasionan –le escribía a Ortega en 1913‒. Leo
a Platón, a Leibniz, a Kant, a los grandes poetas del pensamiento (…) Escuché
en París al maestro Bergson, sutil judío que muerde el bronce kantiano, y he
leído su obra”(PD,332). Releía, pues, a Bergson, y, por supuesto a su dilecto Unamuno,
y en diálogo con ellos se ve a sí mismo en el “Poema de un día”(CXXVIII), y,
por supuesto a Ortega y García Morente. Cursar la carrera de filosofía y por
libre, entre 1915 y 1918 no lo hizo sólo para obtener un título universitario
con que poder concursar a otras plazas de catedrático, según advierte Jordi
Domenech[4],
sino por un interés intrínseco por la meditación filosófica. La influencia de
Kant en este período iba a ser decisiva para criticar el intuicionismo
bergsoniano y abrirse a una metafísica de la libertad como reflejan algunas
notas filosóficas de estos años:
La intuición
bergsoniana, derivada del instinto, no será un instrumento de libertad, por
ella seríamos esclavos de la ciega corriente vital. Sólo la inteligencia teórica
es un principio de libertad (de libertad y de dominio). Libertad y dominio son
dos caras de la misma moneda. Solo conociendo intelectualmente, creando el
objeto, se afirma la independencia del sujeto, el que nunca es cosa sino
vidente de la cosa (C.,56).
En Kant descubrió
Machado la grandeza y el rigor del pensamiento racional puro frente a todo tipo
de intuicionismo, sensible o instintivo. “Para pensar –escribía Machado‒ es
preciso evitar dos escollos: lo visto y lo soñado” (C.,30), esto es, lo
meramente dado y lo arbitrariamente imaginado, y elevarse a una potencia
creativa/constructiva, inhibidora de la
corriente vital, de donde va a surgir, mediante el milagro del no-ser, esto es,
de la anulación de lo inmediato psíquico, el orden entero de la objetividad. Como
anotaba en su Apuntes de lectura:
La
objetividad supone una constante desubjetivación, porque las conciencias
individuales no pueden coincidir con el ser, esencialmente vario, sino en el no
ser. Llamamos no-ser al mundo de las formas, de los límites, de las ideas
genéricas y a los conceptos vaciados de su núcleo intuitivo, al mundo
cuantitativo, limpio de toda cualidad. (C.,43).
Pero, junto a
esta libertad teórica del dominio objetivo (C,56) estaba para Kant la otra
libertad/práctica, que somete el instinto y el interés particular a la ley
moral y engendra el mundo metasensible de la acción intersubjetiva solidaria. Creo
que esta conciencia de libertad y alteridad, esto es, a la vez de autonomía y
de comunitarismo, fue la gran lección kantiana que aprendió Machado en sus
soledades de Baeza. Y este kantismo moral rimaba bien con su sentimiento
cristiano según se desprende de su carta a Unamuno en 1918 (PD,427-8). Pero, a
la vez que admiraba a Kant, sentía la reducción de su criticismo y ansiaba
trascenderlo hacia un idealismo objetivo:
Dicen que el ave divina,
trocada en pobre gallina
por obra de las tijeras
de aquel sabio profesor
(fue Kant un esquilador
de las aves altaneras;
toda su filosofía
un sport de cetrería),
dicen que quiere saltar
las tapias del corralón
y volar,
otra vez, hacia Platón.
¡Hurra!” ¡Sea!
¡Feliz será quien lo vea!
(CXXXVI, 39).
A la filosofía kantiana debió también Machado
el conocimiento de antinomias lógicas y de otras más profundas antinomias
existenciales. Descubrió así la afinidad de poesía y metafísica, porque debajo
de toda gran creación sistemática está siempre, sosteniéndola, una actitud práctico
existencial, que es de índole poética En una nota clarividente, fechada el 4 de
octubre de 1917, tuvo el acierto de contraponer las metafísicas poéticas de
Leibniz y Schopenhuaer:
En corto
espacio de tiempo –escribía‒ se dan dos metafísicas que suponen dos creencias de
raíz opuesta: la fe en la iluminación del mundo, en la total concientización
del universo; y la fe, no menos arbitraria, en su total acefalía. (C.,59).
Estas dos fes se
disputaban también el alma de Machado por este tiempo: la fe empirista en el
vacío, registrada en uno de sus proverbios:
Fe empirista. Ni somos
ni seremos.
Todo nuestro vivir es emprestado.
Nada trajimos, nada llevaremos. (CXXXVI,
nº 36),
y la otra fe idealista y altruista en la creación, que se presenta
como una réplica:
¿Dices que nada se
crea?.
No te importe, con el barro
de la tierra haz una copa
para que beba tu hermano.
(CXXXVI, 37).
También Machado
tuvo su agonismo, un duelo entre la razón y el corazón (CXXXVII, 7) afín al de
Miguel de Unamuno, pero más íntimo y sobrio, sin apuestas ni crispaciones, al
que aludirá más tarde en uno de sus “Proverbios y cantares”:
Hora de mi corazón:
la hora de una esperanza
y una desesperación. (CLXI,52).
Del esfuerzo por
explorar y objetivar estas voces interiores, esta interna duplicidad de su alma
de poeta y filósofo, iba a nacer el impulso decisivo para la redacción de Los
Complementarios, cuyo inicio tuvo lugar en Baeza. Se trata de un Cuaderno
de Notas, en que recogía Machado glosas, apuntes de varia lección, ensayos incoados,
reflexiones filosóficas, selecciones de poemas, en suma, materiales diversos, en que iba descargando su alma proteiforme. Se
diría que en Los Complementarios auscultaba Machado la diversidad de
voces, distintas, contrarias o complementarias a la suya, que pugnaban por
hacerse oír. Luego aconsejará en “Proverbios y cantares”, incluidos en Nuevas
canciones:
Busca tu complementario,
que marcha siempre contigo
y suele ser tu contrario. (CLXI,159)
Precisamente en
estos apuntes, aparecieron tempranamente las bases filosóficas, ‒la heterogeneidad
del ser (C.,42), la multiplicidad antitética de los estados de
conciencia(C.,51) y el arte como realización (C.,51) o experimento creativo/imaginativo‒
de las que más tarde surgirá, en el clima más propicio de Segovia, la creación
de sus apócrifos filósofos/poetas: Abel Martín y Juan de Mairena. Podría
decirse sin pecar de exageración que en Baeza se incuba la filosofía de sus
apócrifos. Destaco este punto porque es un testimonio elocuente de la profunda
fermentación de ideas que bullían por este tiempo en su alma. La crisis de la
palabra poética dará también lugar, como compensación sustitutoria, como ha
visto certeramente José María Valverde, al nacimiento de “la gran prosa” de
Antonio Machado[5],
un monumento inigualable de ingenio, de lucidez y de gracia.
3.- La honda
preocupación religiosa.
La crisis produjo, por lo demás, una radicalización de la
preocupación religiosa y política de Antonio Machado, como recoge la rica
correspondencia de este período baezano. En carta a Unamuno, a quien más
desnudaba su alma, y aún fresca la herida por la muerte de Leonor, le confesaba
un sentimiento de piedad universal, que es de raíz cristiana:
Mi mujer era una criatura angelical segada por la muerte cruelmente. Yo
tenía adoración por ella; pero sobre el amor, está la piedad. Yo hubiera
preferido mil veces morirme a verla morir, hubiera dado mil vidas por la suya.
No creo que haya nada extraordinario en este sentimiento mío. Algo inmortal hay
en nosotros que quisiera morir con lo que muere (…) En fin, hoy vive en mí más
que nunca y algunas veces creo firmemente que la he de recobrar. Paciencia y
humildad. (PD, 343).
Y en otra ocasión, y de nuevo en carta a Unamuno, quizá
como resonancia de la propia lectura de sus obras, Del sentimiento trágico
de la vida y Niebla, sentía nacerle una inquietud, profunda y
verazmente religiosa, por el destino de la conciencia individual:
Cabe otra esperanza –le escribía‒ que no es la de conservar nuestra
personalidad, sino la de ganarla. Que se nos quite la careta, que sepamos a qué
vino esta carnavalada que juega el universo en nosotros o nosotros en él, y
esta inquietud del corazón para qué y por qué y qué es. En fin, yo creo que el
autor de esa niebla no está hecho de la sustancia de los sueños, sino de otra
más sustancial. ¿Que dormimos?. Muy bien. ¿Que soñamos? Conforme. Pero cabe
despertar. Cabe esperanza, dudar en fe (PD, 392).
En los poemas religiosos
de este período no era menos explícito, reelaborando poéticamente ideas tomadas
del maestro Unamuno y apropiadas íntimamente, como se muestra en “Profesión de
fe”:
Yo he de hacerte, mi Dios, cual tú me hiciste
y para darte el alma que me diste
en mí te he de crear. Que el puro río
de caridad, que fluye eternamente,
fluya en mi corazón. ¿Seca, Dios mío,
de una fe sin amor la turbia fuente! (CXXXVII, v).
o se atrevía a reformular sentenciosamente teologías unamunianas
en un sentido inmanentista:
El Dios que todos
llevamos,
el Dios que todos hacemos,
el Dios que todos buscamos
y que nunca encontraremos.
Tres dioses o tres personas
del solo Dios verdadero. (CXXXVII, vi).
En lo que
respecta al sentimiento religioso, Machado se sentía por este tiempo del lado
de Unamuno y compartía su cristianismo cordial y fraterno.
Me parece, más bien, la fraternidad el amor al prójimo por amor al padre
común (...) Yo no tengo derecho a convertir a mi prójimo en un espejo para
verme y adorarme a mí mismo, este narcisismo es anticristiano (…) El amor
fraternal nos saca de nuestra soledad y nos lleva a Dios. Cuando reconozco que
hay otro yo, que no soy yo mismo ni es obra mía, caigo en la cuenta de que Dios
existe y que debo creer en él, como un padre. Siempre me pareció que la filosofía
moderna, habiendo institutito en dogma la separación de la razón de la fe,
olvida demasiado la profunda significación del cristianismo. (PD, 427).
Entre las dos
tendencias del catolicismo galo de que hablara Unamuno, de un lado, la católica
patriotera culturalista y nacionalista de Action francais, con la subordinación
de la religión a la política, y, del otro, la severa y exigente del jansenismo,
él repudiaba la primera, como Unamuno, y simpatizaba con la segunda, pero sin
rigorismo, con un talante poético y bien humorado. Por eso elogiaba, al igual
que Unamuno, a la reforma de los místicos como un impulso de profunda
regeneración interior, donde nuestra raza alcanzó la más profunda conciencia
del ‘sí mismo’ personal:
Nuestra mística representa, a mi juicio –escribía Machado‒ el gran
momento introspectivo de la raza, en que llegó ésta, por vía intuitiva, a
expresar, aunque de un modo balbuciente su yo fundamental. Y ¿adónde hubiera
llegado esta reforma, ahogada en germen por
Y como cara y cruz de la misma moneda, mientras
más profundo y veraz era su cristianismo cordial y ético, más arreciaba, en
contrapunto, su crítica radical al catolicismo vaticanista, esclerosado e
inerte como una losa sobre la conciencia española. De nuevo era Unamuno su
confidente, en íntima sintonía con la reforma religiosa por la que batallaba el
quijote vasco:
Empiezo a creer que la cuestión religiosa sólo preocupa en España a V. y
a los pocos que sentimos con V. Ya oiría V. al Dr. Simarro, hombre de gran talento
y de gran cultura, felicitarse de que el sentimiento religioso estuviera muerto
en España. Si esto es verdad, medrados estamos, porque ¿cómo vamos a sacudir el
lazo de hierro de
Y para que no
quedara tal confesión en lo privado, la hacía pública al definir su credo
ideológico en una nota biográfica para una antología de su obra, en que
reclamaba la libertad de conciencia: “Estimo oportuno combatir a
Aquí no se puede hacer nada –se quejaba a Unamuno‒. Las gentes de esta
tierra lo digo con tristeza porque al fin, son de mi familia, tienen el alma
absolutamente impermeable (…) Esta Baeza, que llaman Salamanca andaluza, tiene un
Instituto, un Seminario, una Escuela de Artes, varios colegios de 2ª enseñanza
y apenas saben leer un 30 por ciento de la población. No hay más que una
librería donde se venden tarjetas postales, devocionarios y periódicos
clericales y pornográficos. Es la comarca más rica de Jaén y la ciudad está poblada
de mendigos y de señoritos arruinados en la ruleta. La profesión de jugador de monte se considera muy honrosa.
Es infinitamente más levítica que el Burgo de Osma y no hay un átomo de
religiosidad. Hasta los mendigos son hermanos de alguna cofradía. Se habla de
política –todo el mundo es conservador‒ y se discute con pasión cuando la
audiencia de Jaén viene a celebrar algún juicio por jurados. Una población
rural encanallada por
Difícilmente
puede encontrarse una página de crítica social, válida para toda
En esta bella ciudad, entre moruna y manchega, en cuyas piedras venerables
se lee un pasado glorioso, en esta noble Baeza, de vieja tradición intelectual,
hacía falta un periódico, y ustedes, mis queridos amigos, han sabido crearlo.
(PD,386).
De nuevo, la cara
y la cruz de lo mismo.
4.- La
radicalización política.
Por lo que hace a la política, su alma jacobina se radicalizó en
contacto con los graves y apremiantes problemas del campo andaluz. Muy pronto
tomó conciencia de su nueva circunstancia y se le hizo patente el conflicto
ciudad y campo, que tan finamente había analizado su dilecto Unamuno:
Mientras no se descienda a estudiar al hombre del campo, no acabaremos de
explicarnos los más rudimentales fenómenos de la vida española. De los dos
elementos que nos empujan –no dirigen, porque no puede dirigir lo inconsciente‒
que nos mueven o arrastran a un porvenir más o menos catastrófico, están
ausentes las huellas de la ciudad. Ambos son campesinos. Estos elementos son la
política y
El único antídoto
para estos males se llamaba cultura secular y laicismo, esto es, plantear a
fondo la cuestión social y la cuestión religiosa, como los dos goznes del
regeneracionismo, que él había bebido en sus maestros krausistas. De ahí que se
hiciera eco inmediato de una conferencia de Manuel Bartolomé Cossío en el
Ateneo de Madrid sobre “Problemas actuales de la educación nacional”, en una
nota “Sobre pedagogía”, en el periódico El Liberal:
Es preciso enviar los mejores maestros a las últimas escuelas, ha dicho
el ilustre pedagogo español. En efecto, si la ciudad no manda al campo
verdaderos maestros, sino sólo guardias civiles y revistas de toros, el campo
mandará a la ciudad sus pardillos y abogados de secano, sus caciques e
intrigantes a las cumbres del poder, y los mandará también a las academias y a
las universidades. (PD,322).
Esta opción
regeneracionista se vio favorecida por dos grandes acontecimientos decisivos,
que marcaron el siglo XX y le sorprendieron a Machado en su retiro de Baeza: la
Gran Guerra europea del 14-18 y la revolución rusa de 1917. Si la primera abonó
su republicanismo y exaltó en él los grandes ideales de libertad y civilidad
que defendían los aliados ‒la Francia laica de los derechos del hombre, que era
para él la verdadera‒, la segunda le llevará a sentir la gran reivindicación
del socialismo. Ambas cuerdas serán ya determinantes en su pensamiento
político. En el asunto de la guerra, él iba más lejos que la aliadofilia
liberal. En la contienda que desangraba a Europa, a Machado le parecía
ignominiosa la neutralidad española. Es cierto que en el poema “España en paz”,
fechado en Baeza, en noviembre de 1914, su posición es matizada:
¿Y bien?. El mundo en
guerra y en paz España sola.
¡Salud, oh buen Quijano!. Por si este gesto
es tuyo,
yo te saludo. ¡Salve! Salud, paz española,
Si no eres paz cobarde, sino desdén y orgullo
…………..
Y a ti,
en tu desdeño esculpes, como sobre un escudo,
dos ojos que avizoran y un ceño que medita. (CXLV).
Pero un par de
meses más tarde, en carta a Unamuno de 16 de enero de 1915, no le ocultaba su
radicalismo revolucionario:
Es verdaderamente repugnante nuestra actitud ante el conflicto actual y
épica nuestra inconsciencia, nuestra mezquindad, nuestra cominería. Hemos
tomado en espectáculo la guerra, como si fuese una corrida de toros, y en los
tendidos se discute y se grita. Se nos arrojará un día a puntapiés de la plaza,
si Dios no lo remedia (..) Si no se enciende dentro la guerra, perdidos
estamos. La juventud que hoy quiere intervenir en la política debe, a mi
entender, hablar al pueblo y proclamar el derecho del pueblo a la conciencia y
al pan, promover la revolución, no desde arriba ni desde abajo, sino desde
todas partes. (PD,381).
Era la postura
que ya se vislumbra desde un par de años antes con motivo de la entrada en
escena política del reformismo. De Madrid le llegó a Machado el Manifiesto de
Creo que expresan Vds, con sumo acierto en esa circular un estado de alma
maduro ya en cuantos son capaces de alguna conciencia de
Machado estaba con
ellos, de su lado. En sus poemas les rendía un testimonio de admiración a aquella
juventud “de la rabia y de la idea”, como acertó a llamarla:
Tú, juventud más joven,
si de más alta cumbre
la voluntad te llega, irás a tu aventura
despierta y transparente a la divina lumbre,
como el diamante clara, como el diamante
pura. (CXLIV).
Pero, en verdad, Machado
estaba ya más allá de la juventud regeneracionista madrileña, como se desprende
de algún extremo de la carta, en que no dejaba de expresarle a García Morente alguna
reserva sobre el alcance del reformismo en aquella situación:
Conviene plantear el problema religioso con todas sus consecuencias,
destruyendo el tabou de nuestros indígenas. Muy bien me parece la
actuación política de esa juventud, aunque en verdad no veo resquicio por donde
inyectar el juego nuevo al árbol decrépito. Urge, a mi juicio, hablar muy
fuerte y muy hondo a la conciencia del pueblo y algo a sus músculos, que
también son de Dios, formando un núcleo poderoso capaz de asaltar el pescante
antes que el coche se estrelle en el camino. Buena es esa labor de paciente y
justa infiltración; mas no olvidando mantener, cultivar y fomentar un odio
primario a toda repugnante vejez. (PD,356).[6]
Paradójicamente,
él se sentía más joven que los jóvenes radicales del reformismo. En carta a
José Ortega y Gasset, en 1914, ponía en cuestión la fe optimista del filósofo en
los brotes de vitalidad, de que, al parecer del filósofo, daba muestras el
pueblo de España. Por una vez, un poeta perdido en el medio rural, intelectual
solitario y admirador discípulo, se atrevió a corregir al severo y consagrado
filósofo:
Pero, ¿qué vitalidad es la de un pueblo que se muere?. Con los dos
tercios de nuestro territorio sin cultivar; la cifra máxima europea de
emigración desesperada; la mínima población, ¿hablamos todavía de confianza en
nuestra vitalidad, en nuestra fuerza prolífica y en nuestro porvenir? ¿No es
absurdo hablar de confianza? Nuestro
punto de partida ha de ser una irresignación desesperada” (PD, 358).[7]
Y, luego para no
alarmarle demasiado, justificaba el tono de su carta con un argumento, que tenía
por fuerza que satisfacer a su corresponsal: “Vd. comprende –y bien lo veo en
el espíritu de su folleto‒ que si nosotros no somos también ecos, sombras y
fantasmas, seremos necesariamente revolucionarios, porque toda realidad es
revolucionaria en un mundo de ficciones” (Ídem).
5.- La galería
de sus iconos (héroes).
De todos modos por este tiempo no dejaba de sumar esfuerzos a
cuantas ideas y actitudes regeneracionistas surgían en España. Fruto de ello
será la sección de “Elogios”, que escribió íntegramente en Baeza, evocando, en
su retiro, a sus amigos ausentes. El sentido de esta nueva empresa poética lo
declaraba en carta a Juan Ramón Jiménez:
Te mando esa composición al libro Castilla de Azorín para
que veas la orientación que pienso dar a esa sección. Trato en ella de
colocarme en el punto inicial de unas cuantas almas selectas y continuar en mí
mismo esos varios impulsos, en una causa común, hacia una mira ideal y lejana.
Creo que la conquista del porvenir sólo puede conseguirse por una suma de
calidades. De otro modo el número nos ahogará. Si no formamos una sola corriente
vital e impetuosa, la inercia española triunfará. (PD,326).
En esta nueva
sección Machado pintó de mano maestra los retratos de sus héroes, con los que
sentía una íntima afinidad espiritual. Podría decirse que el confinado espiritualmente
en Baeza, reunía para su cuarto de trabajo la galería de sus iconos íntimos, que
lo acompañasen en su soledad y le infundieran ánimos en su actitud. Pensando en
ellos, trayéndolos a la memoria, haciendo su etopeya, formaba la comunidad de
hombres nuevos, como la flecha que apunta hacia la nueva España. La galería se
abría con el retrato magnífico de Giner de los Ríos, captado como el
hombre/alma, a quien recordaba Machado en la lección fecunda de su vida:
Sed buenos y no más, sed
lo que he sido
entre
vosotros: alma.
Vivid, la vida sigue,
Los muertos mueren y las sombras pasan;
lleva quien deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques sonad, enmudeced campanas! (CXXXIX).
Y se cerraba con el
de Juan Ramón Jiménez en una pose de íntima melancolía, como correspondía al
estilo nuevo y sensibilidad en Arias tristes:
Calló la voz y el violín
apagó su melodía.
Quedó la melancolía
vagando por el jardín.
Sólo la fuente se oía. (CLII).
Son inolvidables
los retratos de sus filósofos, Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset: el
vasco, revestido con el arnés y la lanza de don Quijote:
A un pueblo de arrieros,
lechuzos y tahúres y logreros
dicta lecciones de caballería.
Y el alma desalmada de su raza,
que bajo el golpe de su férrea maza
aún duerme, puede que despierte un día. (CLI).
y el pensador madrileño, en su gesto intenso y severo de retirarse
a meditar en El Escorial, donde esculpe con “cincel, martillo y piedra”, en las
montañas del Guadarrama, “otro Escorial sombrío”, CXL) de exigencia y rigor, el
ethos moderno de la responsabilidad intelectual. Abundan en esta
galería, como era de esperar, los amigos poetas: Xavier Valcarce, con su
inquieto colmenar de sueños, Valle Inclán, miniando sus leyendas áureas, Rubén
Darío, con su “lira celeste”, Narciso Alonso Cortés, en la lucha del alma
contra el tiempo, Gonzalo de Berceo, “poeta y peregrino, copiando historias
viejas, mientras le sale fuera la luz del corazón”(CL). Pero entre todos
descuella, a mi gusto, el dedicado a Azorín, en homenaje a su libro Castilla,
que le brindaba a Machado la ocasión para recrear su Castilla propia, interior,
al ritmo del eterno retorno de
¡Y esta agua amarga de
la fuente ignota!
¡Y este filtrar la gran hipocondría
de España, siglo a siglo y gota a gota!
Y esta alma de Azorín…y esta alma mía
que está viendo pasar, bajo la frente,
de una España la inmensa galería,
cual pasa el ahogado en la agonía
todo su ayer vertiginosamente! (CXLIII).
No se pueden leer
estos versos sin sentir la emoción telúrica de todas las desgracias de España. Y
de repente, sobreponiéndose a la tentación de nadismo, la llamada al amigo para
que no se deje vencer por la melancolía, porque es tiempo de esperanza:
¡Oh tú, Azorín,
escucha: España quiere
surgir, brotar, toda una España empieza!
¿Y ha de helarse en
¿Ha de ahogarse en
Para salvar la nueva epifanía
hay que acudir, ya es hora,
con hacha y el fuego al nuevo día,
oye cantar los gallos de la aurora. (Ídem).
No era mera fraseología
de ocasión, pues en Machado nunca hay retórica. El poema exhibe, como un aval,
la fe poética existencial y el ethos humanista y comunitario del poeta.
…Creo en la palabra
buena.
….
Creo en la libertad y la esperanza,
y en una fe que nace
cuando se busca a Dios y no se alcanza,
y en el Dios que se lleva y que se hace.
(Ídem).
El poema está
escrito en Baeza, en 1913, cuatro años antes de la revolución comunista del 17,
como si presintiera un terrible parto doloroso. Luego, la revolución rusa le iba
a tocar el alma definitivamente, según se aprecia en un poemita, fechado en
1919, donde no oculta su íntima satisfacción:
¡Qué gracia!. En
promontorio occidental,
en este cansino rabo
de Europa por desollar,
y en una ciudad antigua,
chiquita como un dedal,
¡el hombrecillo que fuma
y piensa, y ríe al pensar:
cayeron las altas torres;
en un basurero están
la corona de Guillermo,
la testa de Nicolás.(CLXI, 83).
6.- La crítica
social.
Desde este éthos republicano y socialista, todo su interés se
centrará en la crítica social de alcance revolucionario. Y para ello su
experiencia en
Este hombre no es de
ayer ni es de mañana,
sino de nunca, de la cepa hispana
no es el fruto maduro ni podrido,
es una
fruta vana
de aquella España que pasó y no ha sido
esa que hoy tiene la cabeza cana. (CXXXI).
“El mañana
efímero”, lleno de terribles premoniciones, a las que se resistía la fe civil
del poeta:
El vano ayer engendrará
un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero.
…….
Esa España inferior que ora y bosteza,
vieja y tahúr, zaragatera y triste;
esa España inferior que ora y embiste,
cuando se digna usar de la cabeza,
aún tendrá luengo parto de varones
amantes de sagradas tradiciones
y de sagradas formas y maneras;
florecerán las barbas apostólicas
y otras calvas en otras calaveras
brillarán, venerables y católicas. (CXXXV).
Y de nuevo, la
rebelión de la fe cordial del poeta contra este mañana helador:
Mas otra España nace,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.
Una España implacable y redentora,
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea. (Ídem).
El “Llanto de las
virtudes y coplas de la muerte de don Guido” es la crítica más fina y mordaz
que imaginarse cabe del señorito andaluz, calavera y tarambana, que cosecha lo
que sembró: el vacío,
El acá
y el allá,
caballero,
se ve en tu rostro marchito,
lo infinito:
cero, cero.
…..
¡Oh fin de una aristocracia!
La barba canosa y lacia
sobre el pecho;
metido en tosco sayal,
las yertas manos en cruz,
¡tan formal!
el caballero andaluz. (CXXXIII).
Y junto a la crítica
social, seguía resonando en Machado la otra crítica ideológica a una
religiosidad no menos formal y vana. En “La saeta”, remedaba este cante popular,
típico de
¡Oh,
no eres tú mi cantar!
¡No
puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino
al que anduvo en el mar! (CXXX).
Y en “Los olivos” introducía el agrio contraste
entre los campesinos que plantan “puño al destino” y el convento de “la
amurallada piedad, erguida en este basurero” (CXXXII). Solo los seres
sencillos, pacientes, trabajadores y sufridores se salvan de la ácida crítica
machadiana: los olivareros, las mujeres del campo y de la casa, en “La mujer
manchega”, (recuérdese que Baeza era para él una ciudad entre moruna y manchega),
que cuidan de la vida:
El sol de la caliente
llanura vinariega
quemó su piel, mas guarda frescura de bodega
su corazón…(CXXXIV).
Con arreglo al
cambio vital de paisaje, la vieja encina de la meseta castellana, tiene que
dejar paso, en los campos de Andalucía, al humilde y paciente olivo, símbolo
ahora de “los fieles al terruño”, de toda la rebeldía y tenacidad, que encierra
el alma popular. Y para ello procedió a su mitificación recreando una leyenda clásica:
Que en tu ramaje luzca, árbol
sagrado,
bajo la luna llena,
el ojo encandilado
del búho insomne de la sabia Atena.
Y que la diosa de la hoz bruñida
y de la adusta frente
materna sed y angustia de uranida
traiga a tu sombra, olivo de la fuente.
Y con tus ramas la divina hoguera
encienda en un hogar del campo mío,
por donde tuerce perezoso un río
que toda la campiña hace ribera
antes que un pueblo hacia la mar, navío. (CLIII).[8]
El poema era todo
un símbolo de la revolución por venir.Y para que no quede duda al respecto, lo
declaraba con énfasis en el Prólogo a la segunda edición de Soledades, Galerías
y otros poemas, en 1919:
Sólo lo eterno, lo que nunca dejó de ser, será otra vez revelado, y la
fuente homérica volverá a fluir. Deméter, de la hoz de oro, tomará en sus
brazos –como el día antiguo al hijo de Peleo‒ al vástago tardío de la agotada
burguesía y, tras criarle a sus pechos, lo envolverá otra vez en la llama
divina. (PD,435).
7.- Proverbios
y canciones populares.
En sus excursiones y paseos por los campos de Andalucía podía
contemplar el poeta los montes bordados de olivos hasta la cumbre y el ajetreo
de las tareas campestres en su cuidado, desde la limpieza de yerbas hasta el
vareo y acarreo de la aceituna. Y la visión se le transmuta, como siempre, en
poesía
Olivar, por cien caminos
tus olivitas irán
caminando a cien molinos.
Ya darán
trabajo en las alquerías
a gañanes y braceros,
¡oh buenas frentes sombrías
bajo los anchos sombreros.
¡Olivar y olivareros,
bosque y raza,
campo y plaza,
de los fieles al terruño
y al arado y al molino,
de los que muestran el puño
al destino,
los benditos labradores,
los bandidos caballeros,
los señores
devotos y matuteros!...
¡Ciudades y caseríos
en la margen de los ríos
en los pliegues de la sierra!...
¡Venga Dios a los hogares
y a las almas de esta tierra
de olivares y olivares! (CXXXII).
El olivo, como se
ve, tiene en Machado una doble significación: es, ciertamente, según la
mitología clásica, el árbol de Atenea, donde se posa insomne el búho de la
sabiduría, pero es también el árbol que personifica la sencillez, tenacidad y paciencia del
pueblo andaluz. A esta doble simbología responde, por lo demás, la duplicidad
de la palabra del poeta, donde se conjuga el cántico y la meditación. Pero, tras
de la crisis de su palabra, Machado hizo a fondo la experiencia de disociar
esta doble cuerda de su lírica, en las formas extremas de la poesía gnómica y
el cantar popular. En contra en este caso de su dilecto Unamuno, que había
escrito aquello de “piensa el sentimiento, siente el pensamiento”, ahora para
Machado, el pensamiento no canta y el sentimiento no piensa. Él mismo lo dejó
consignado en una de sus “Parábolas”:
Cabeza meditadora,
¡qué lejos se oye el zumbido
de la abeja libadora! (CXXXVII, nº 8).
Dicho en los
términos de Nietzsche, que recogerá más tarde Machado en Los Complementarios,
“proverbio significa sentido sin canción (Sinn ohne Lied)”, y “canción
quiere decir: palabras como música (Worte als Musik)” (C., 216). Pues
bien, aun cuando la cuerda gnómica resuena en la poesía de Machado desde Soledades
y los primeros proverbios, como advierte Emilio García Wiedeman[9], surgen
entre 1907 y 1909, no adquieren autonomía y rango estilístico en su obra hasta la
época ensimismada y taciturna de Baeza. Es prácticamente imposible dar cuenta
aquí de los múltiples registros de estas sentencias, donde se alían la agudeza
mental con la experiencia de la vida y la
memoria de los libros sapienciales. Algunos son bellos apuntes de filosofía
existencial, porque conciernen al drama personal del hombre:
Todo hombre tiene dos
batallas que pelear:
en sueños lucha con Dios;
y despierto con el mar. (CXXXVI, 28).
o al carácter itinerante, fugitivo y evanescente de la vida:
Caminante, son tus
huellas
el camino, nada más.
….
Caminante no hay camino,
sino estelas en la mar. (CXXXVI, 29).
Otros, de tinte
escéptico, tratan del límite inexorable de todo saber: “Confiemos/ en que no
será verdad/ nada de lo que sabemos” (CXXXVI,31), o guardan el aire sapiencial
de El Eclesiastés: “¿Dónde está la utilidad/ de nuestras utilidades?/
Volvamos a la verdad:/ vanidad de vanidades”(Ídem, 27), o se refieren a los
“dos modos de conciencia: /una es luz y otra paciencia”(ídem, 35). Otros proverbios
remiten a su honda inquietud religiosa de esta época ( “soñé a Dios como una
fragua” (ídem, 32) y a su agonía, al modo unamuniano, entre cabeza y corazón. Y,
finalmente, hay otros que riman con su honda preocupación social por estos años
‒“Nuestro español bosteza/ ¿es hambre, sueño, hastío?/ Doctor, ¿tendrá el
estómago vacío?./-El vacío es más bien en la cabeza”(nº 50). Y hasta no falta
una grave premonición de guerra civil: “Españolito que vienes/al mundo, te
guarde Dios./Una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón”(nº 53). En ellos
se nos muestra un Machado más caviloso, escéptico y desengañado que nunca,
pero, a la vez, un hombre valeroso que busca y pregunta y no renuncia a la
conciencia inquisitiva y alerta. Me parece una joya de agudeza y humor el
número 46:
Anoche soñé que oía
a Dios, gritándome;¡Alerta!.
Luego era Dios quien dormía,
y yo gritaba:¡despierta!.
(CXXXVI, 46).
El pensamiento religioso, de índole
fundamentalmente antropocéntrica, se condensa en dos imágenes: “andar sobre las
aguas” (nº 2), como el Cristo, explorando el enigma insondable, y ¡velad!(nº
34).Y, en cuanto al pensamiento, en general, el poeta proclamaba la fe humanista,
post- o contraescéptica, en la vida generosa y entregada:
¡Oh fe del meditabundo!
¡Oh fe después del pensar!
Sólo si viene un corazón al mundo
rebosa el vaso humano y se hincha
el mar. (nº 32).
La otra cuerda de
la canción popular tuvo también cultivo en la lírica machadiana en Baeza, escindida
entre las “Canciones de tierras altas”, ‒“¡Alta paramera /donde corre el Duero
niño,/tierra donde está su tierra” (CLVIII, nº7)‒, evocadas en la memoria de
una ausencia, y las de “Hacia tierra baja”, en que se abre paso la nueva
presencia carnal de Andalucía. Vuelve el contraste, típico de esta época, entre
lo ausente íntimo y lo presente distante:
Soria de montes azules
y de yermos de violeta,
¡cuántas veces te he soñado
en esta florida vega
por donde se va,
entre naranjos de oro,
Guadalquivir a la mar.(CLVIII, 5).
Y de nuevo el
paisaje del alma se superpone y encubre el otro paisaje de los ojos:
¡Cuántas veces me
borraste,
tierra de ceniza,
estos limonares verdes
con sombras de tus encinas! (nº 6).
Pero, también
apunta, en las canciones “Hacia tierra baja” un destello de luz íntima, como
índice acaso de otra inquietud amorosa vivida en Baeza,
Rejas de hierro; rosas
de grana.
¿A quién esperas,
con esos ojos y esas ojeras,
enjauladita como las fieras,
tras de los hierros de tu
ventana?. (CLV, 1º).
No es mera
escenografía andaluza, pues hay indicios de que envela su enamoramiento por
María del Reposo Urquía, hija de don Lepoldo Urquía, director del Instituto
baezano:
Por esta calle –tú
elegirás‒
pasa un notario
que va al tresillo del boticario,
y un usurero, a su rosario.
También yo paso, viejo y tristón.
Dentro del pecho llevo un león. (Ídem).
Y, luego, la
breve alusión, por soleares, a un corazón contenido en su nuevo florecer
amoroso
¡Aunque me ves por la
calle,
también yo tengo mis rejas,
mis rejas y mis rosales! (CLV,2º).
Estas canciones
“Hacia tierra baja” tienen un sabor erótico inconfundible, como trasunto del
propio paisaje de Andalucía, ya sea la escena del mesón del camino,
¡Oh mujer,
dáme también de beber! (CLV, nº
3º).
o la otra escena, en la playa de Sanlúcar:
Antes que salga la luna
a la vera de la mar,
dos palabritas a solas
contigo tengo de hablar! (CLV, 5).
Pero tengo la
sospecha de que estas escenas, un tanto estereotipadas y casi de cante jondo,
encubren la vivencia real de un tímido enamoramiento de una mujer de carne y
hueso, tras de las rejas. Quizá fuera este tardío florecimiento de un nuevo
amor, y, sobre todo, su identificación moral y afectiva con la gente sencilla
del terruño, ‒los intrahistóricos que llamaba Unamuno‒ los factores
determinantes de que su nueva tierra andaluza se le fuera haciendo más real y
viva. Machado confesaba no tener en este tiempo más diversión que las excusiones
por Andalucía redescubriendo sus raíces. Y el conocimiento ‒el trato habitual
con ella‒ trajo consigo la pasión de amor. La crítica social, si de un lado era
ácida por lo que condenaba, del otro no dejaba de ser un testimonio de amor
amargo al pueblo sufriente. Su dureza era tan sólo el sobrehaz de su
apasionamiento y esperanza. Como señalaba al comienzo, la época de Baeza fue,
según los rasgos expuestos, de una intensa transmutación espiritual, que
anuncia al poeta de Nuevas canciones, de otros “Proverbios y cantares”,
y, sobre todo, de los Cancioneros apócrifos. Nada de esto hubiera sido
posible sin haber atravesado la honda crisis espiritual de su palabra. Al final
de su estancia en Baeza, se aprecia como el comienzo de un entrañamiento cordial,
no sólo estético sino ético en el pueblo andaluz, algo así como el renacer de
una profunda simpatía hacia aquella tierra baja, en la que años atrás se sentía
como confinado. En su cartera lírica, hay “Apuntes” en Baeza que son ya
inolvidables:
Desde mi ventana,
¡campo de Baeza,
a la luna clara!
Parecen
primorosas miniaturas en un libro de horas medieval por su encanto y su ingenua
belleza:
Por un ventanal,
entró la lechuza
en la catedral.
San Cristobalón
la quiso espantar,
al ver que bebía
del velón de aceite
de Santa María.
-Déjala que beba,
San Cristobalón.
Sobre el olivar
se vio a la lechuza
volar y volar.
A Santa María
un ramito verde
volando
traía.
Y, al final del poema, como era frecuente en su lírica, la
pulsación de una conciencia dolorida, pero en este caso con una melancolía
anticipada:
¡Campo de Baeza,
soñaré contigo
cuando no te vea! (CLIV).
Si todo lo que
vive en el corazón está en verso, como decía Unamuno, estos apuntes líricos
suenan ya vivos y entrañables. Ahora es Baeza, ¡ la tierra que se le ha hecho
alma!.
Granada,
enero de 2012.
[1] Recogido en Los
Complementarios, ed. crítica de Domingo Ynduráin. Taurus, Madrid, 1971. En
lo sucesivo será citado por la sigla C., incorporada al texto.
[2] Antonio Machado, Prosas
dispersas, ed. de Jordi Doménech, Páginas de Espuma, Madrid, 2001. En lo
sucesivo será citado por la sigla PD, incorporada al texto.
[3] Obras. Poesía y prosa,
ed. de G. Torre y A. de Albornoz, Losada, Buenos Aires, 1973, pág. 821
[4] Prosas dispersas de
Antonio Machado, ob, cit., 422, nota
74.
[5] Estudios sobre la palabra
poética, Rialp, Madrid,1958, pág. 111.
[6] El subrayado no pertenece al texto.
[7] El subrayado no pertenece al texto.
[8] El subrayado no pertenece al texto.
[9] Los proverbios y cantares
de Antonio Machado, Dauro, Granada,2009, pág. 61.
